Encuentros

Dayna Kurtz, miedo a volar

 

Dayna Kurtz & Robert Maché actúan en Jardins del Restaurant Nomo, Girona, el 18 de julio. Prosiguen su gira el 19 de julio en Pamplona; 20 San Sebastián; 21 Zaragoza; 22 Madrid; 23 Alicante; y 24 Muro, Mallorca.

‘’Tú tienes miedo a volar, yo lo tengo a aterrizar’’, canta en «Last Good Taste» una voz atemporal, sobrecargada de texturas y vibración, capaz del tono mas etéreo y la más rasposa calidad. Dayna Kurtz se educó escuchando a Duke Ellington y Nina Simone, y entregó [en 2003, fecha de esta entrevista] un asombroso disco que se acogía a una sola etiqueta: la del sentimiento en estado puro.

 

Ha pasado los últimos diez años en la carretera, viviendo a solas esa odisea tan iniciática, tan norteamericana del cantautor vagabundo. En «Miss Liberty», canción de su nuevo álbum, esboza un satírico autorretrato de una época en que vivía a destajo relacionándose con artistas al límite y músicos alcoholizados. Ahora se ríe de que le atrajera tanto el drama pasional, hoy prefiere el compromiso de su reciente matrimonio, profetizado en la hermosa «Love Gets in the Way». ‘’La veo como una canción optimista en la que me abro a lo que venga’’, me explica en los camerinos del Paradiso, Amsterdam, minutos antes de la prueba de sonido con su banda. ‘’Esta vez no voy a escapar del amor. En ese sentido es una canción trascendente, una canción alegre incluso cuando imploro que mi amante me deje hecha unos zorros. Fue una de las últimas canciones que escribí antes de conocer a mi esposo. Estaba harta de pensar que las relaciones apasionadas y efímeras eran el verdadero amor, ahora creo en las relaciones a largo plazo, aunque puedan llevar a cierto aburrimiento son mucho más reales’’.

Dayna, que está en una lozana treintena, presenta en Amsterdam su primer álbum en estudio, Postcards from Downtown (Munich, 2003), apabullante colección de baladas y otros retruécanos con sabor a jazz y bohemia, interpretadas por una voz con la textura y el sabor del mejor salmón ahumado, siempre en ebullición atonal, femenina y masculina a un tiempo, como su anguloso, extrañamente atractivo rostro. Un enorme disco para una chica que, pese a su currículo, acaba de estrenar carrera discográfica. Canciones con un halo fatalista que pese a ello se empeñan en vislumbrar el brillo de una existencia aterida por desamores y decadencia urbana. Como en «Patterson», que hace referencia al revolucionario, larguísimo poema de William Carlos Williams sobre la ciudad en la que Dayna vive desde hace un tiempo, ‘’un lugar muy triste pero al tiempo muy hermoso, muy Edward Hopper. El poeta no podía imaginar lo que el crack, los años ochenta y Ronald Reagan podían hacerle a una población industrial del norte de New Jersey’’.

 

Horas más tarde, con la sala abarrotada por un público maduro y discerniente, ella misma se encargará de despejar cualquier duda con un recital a un tiempo abrasador y delicado, demostración de que hay madera de diva autosuficiente en esta chica pálida que de pequeña quería ser negra. ¿Y quién no?

¿Recuerdas la primera vez que escuchaste música?

Recuerdo tener tres años y ver a un coro de gospel por televisión y decirle a mi madre, ella lo ha verificado, que de mayor quería tener la piel morena para cantar como ellos. Según mi madre, empecé a cantar al mismo tiempo que a hablar.

¿Cuándo fuiste consciente de que poseías una voz especial?

En algún momento de mi adolescencia. Sabía cómo quería que sonara, pero no lo conseguía. Sabía que tenía lo que la gente llama ‘’una buena voz’’, pero no me salía con el alma suficiente. Tuve que escuchar un montón de música y acomodarme a la idea de cantar en público. Cantaba mejor a solas que en público, es muy difícil cantar bien cuando se aceleran corazón y respiración. Al final de mi adolescencia me sentí finalmente a gusto con mi voz, y me gustaba jugar con ella.

¿La educaste en un conservatorio?

Estuve en el coro del instituto, ese fue todo mi aprendizaje. Había una profesora, una viejecita escocesa, siempre nos decía que ensancháramos los pulmones, todavía escucho su voz cuando canto y me inclino demasiado sobre la guitarra. Cantábamos música clásica en el coro, era muy divertido. Pero mi verdadero aprendizaje fue escuchar a gente como Nina Simone, escuchaba sus discos todo el tiempo, su modo de frasear.

¿Siempre tuviste ese tono grave, áspero, se diría que ahumado?

Con la edad se acrecienta, pero siempre ha estado ahí. Mi voz siempre fue muy cálida, oscura, con mucho aliento. Puedo manipularla y volver al tono puro en que cantaba en la escuela, pues cuando cantaba en casa salía mucho más profunda. La voz pasa por un tubo: un cantante de ópera llena todo el tubo con su voz. En alguien como Nina Simone hay voz y hay respiración, lo que permite jugar más con las texturas. Yo siempre tuve mucho aliento en la voz. Cantando en clubs llenos de humo esto se acrecienta.

También tocas la guitarra, en diálogo constante con tu voz…

Ambas se han desarrollado orgánicamente, y como resultado de esto canto mejor cuando toco la guitarra. Soy menos consciente, me pierdo más fácilmente con la guitarra en las manos, cuando solo canto pienso demasiado. Grabando el disco nos dimos cuenta de esto, tenía que cantar tocando la guitarra, como en directo.

El álbum mezcla jazz, blues, folk, rock… ¿siempre ha sido así?

La verdad es que nunca he pertenecido a un estilo u otro. Hay mucho jazz y mucho blues, pero en América hago giras en solitario, lo que me convierte en artista folk. Toco muchos géneros, pero lo importante es servir a las canciones tan bien como pueda, sin caer en los arreglos suntuosos. El disco está mucho más producido de lo que esperaban quienes me conocen, pensaban que iba a ser un trío de jazz, sin demasiados lujos, pero al final hay incluso una sección de cuerda. Algunos de mis oyentes están molestos, prefieren mi primer disco, que recoge una actuación en solitario.

¿Sientes afinidad con otras cantautoras de tu generación?

Me identifico bastante con Lucinda Williams. Ambas extraemos mucha inspiración de la carretera, y ambas hemos trabajado muchos años en una oscuridad relativa. Lucinda ahora tiene mucho éxito, gracias a que otros artistas grabaron sus canciones. Pese a que trabajamos géneros distintos, ella es más country, creo que escribimos canciones del mismo modo, como un escritor escribe un relato. Quiero que cada canción sea como una pequeña película.

Has girado con Richie Havens, que canta en «Somebody Leave a Light On». ¿Qué has aprendido de él?

No es alguien a quien le guste dar consejos, la verdad, pero ha sido una inspiración para mí. Lleva cuarenta años en este negocio, ha pasado por toda la mierda: varios contratos discográficos, mánagers que le han estafado… Pero no está amargado, le gusta tocar música y pasa del resto, se le ve tan contento tocando para treinta personas como para trescientas. Esto es muy aleccionador, desprende tanta alegría y es tan bueno conectando con el público. Lo consigue cada vez que actúa. Su actitud ante la música y el negocio es asombrosa. Para él, el negocio musical es un fastidio, algo que siempre intenta meterse por medio, pero lo importante sois tú y el público, la música y la interacción con tus músicos.

¿Por qué has tardado diez años en darte a conocer?

He tenido buenos contactos en la industria, pero al final los contratos se esfumaban, básicamente porque en mi país soy un problema de marketing, no saben en qué cajón meterme. Pero no importa, hay tantos cantautores de talento que se mueren de hambre. Ni siquiera tenemos seguridad social. Tocamos en el circuito de clubs folk, en pequeños teatros y en lo que llamamos ‘’conciertos a domicilio’’; en zonas donde no hay conciertos se organizan actuaciones mensuales en casas privadas, basta con juntar unas cuantas sillas y recibir al público. Muchos clubs están cerrando y estos conciertos ayudan a llenar ese vacío. Es una mala época para la música en América. Yo puedo estar satisfecha, he llegado a un punto en que me gano la vida, tengo un seguro sanitario y puedo ahorrar algo de dinero. Y, de repente, el disco empezó a funcionar en Holanda, lo que me ha dado la oportunidad de venir a Europa. Fue una bendición.

Acabas de casarte, ¿todavía te embarcas en largas giras tú sola?

Antes estaba fuera dos o tres meses, ahora son dos o tres semanas. Está muy bien, sobretodo porque viajo sola. Si eres americano mantienes una relación muy romántica con la autopista. Llevo mi caña de pescar y, cuando pasó por Montana, voy de pesca. Duermo en casas de amigos o hago acampada. Los cantautores del circuito folk me han enseñado a viajar; nos pagan muy poco pero hemos aprendido a hacerlo muy económicamente. Es una vida muy rica en experiencias, muy buena para un autor de canciones. Mi marido está en la industria musical, así que no le sorprende. Me voy dos semanas y cuando vuelvo vivimos otra luna de miel.

Tus letras tienen una cualidad atemporal que te transporta a los años cuarenta y cincuenta sin perder de vista el presente. ¿Por qué?

Crecí escuchando esa música, me encantan los standards. Duke Ellington y Johnny Mercer son los mejores, no creo que se pueda superar algo como «In a Sentimental Mood». Tiene un fraseo encantador, una sabiduría que hoy es difícil encontrar, en aquella época la gente era mucho más concreta en lo que decía. Al mismo tiempo me gustan compositores modernos, pero siempre son autores que se inspiran en aquella época. Si te influyen Bob Dylan y Tom Waits, te están influyendo Woody Guthrie y Louis Armstrong, no se puede evitar ese linaje si escuchas a artistas que miran al pasado.

En aquella época no había tantas distracciones como hoy, los escritores podían afilar su talento…

Se expresaban con total simplicidad, algo que encuentro muy atractivo. Cuando era joven escuchaba a Joni Mitchell, que es todo lo contrario, muy palabrera y complicada, durante un tiempo la emulé. Es algo que ha ocurrido con todas las cantautoras, a los veinte años son confesionales y literales. Yo también fui así y luego me aparté conscientemente de ello. Quería decir más con menos palabras, como lo hacen Hank Williams o Johnny Mercer, que sugieren más de lo que dicen, construyen una escena donde el oyente puede rellenar los huecos. Para mi esto es más honesto que cantar literalmente tus sentimientos.

 

Texto: Ignacio Julià. Publicado en Ruta197, septiembre de 2003.

 

 

 

One Comment

  1. Carles Portell

    Esperant impacientment la seva visita a Girona

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Contacto: jorge@ruta66.es
Suscripciones: suscripciones@ruta66.es
Consulta el apartado tienda