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Marisa Monte – Alma Festival – Poble Espanyol (Barcelona)

Al íntimo (únicamente apretó las clavijas en el tercio final) y preciosista concierto ofrecido por Marisa Monte, en un repleto Poble Espanyol (sin sillas hubieran repetido el sold out), perteneciente al Alma Festival 2024, se le pueden poner pocas pegas. Brilló en casi todos los sentidos: iluminación sobria y bella, buena sonorización (algo exigua de volumen en el inicio), finos arreglos de cuerda pregrabados (“A primeira pedra”), un repertorio sin sorpresas (los presentes no las hubiesen querido) y una protagonista en gran forma vocal (le falló algún trino agudo, por algo es mezzo), destilando elegancia para dar y tomar. Davi Moraes (guitarra), Dadi (bajo), Petrinho Da Serrinha (percusión) y Pupillo (batería) no exhiben su clase, ni falta que hace, los histrionismos son recursos para mediocres.

Si nos ponemos quisquillosos, podríamos encontrar defectos, los hubo. La carioca se presentó con una estampa goyesca (postilla regalada por la estimada Morocha DJ Selector) y agitando los brazos cual desprendido árbol aflamencado. De todos modos, interactuó poco con sus músicos y si me apuran, con los asistentes. No hacía falta bailar desaforadamente una samba (pocas cantó), ni tampoco de disparar peroratas, entre tema y tema, sin ton ni son. Comentábamos que, en general, preparó un espectáculo introspectivo, pero de eso al silencio, existen varios pasos. Que conste que uno adora el tono romántico de “Beija eu” o de la prodigiosa “Carinhoso”, obra magna del genial Pixinguinha que, pasado más de un siglo, sigue fresca como una rosa. Háganselo mirar.

Estaba claro que no íbamos a asistir a una función de samba, bossa o tropicalista. El discurso musical de la cantante y compositora se nutre de pizcas de todo lo nombrado, podemos incluir pop y funk (enorme versión del “A menina dança” de Novos Baianos) para construir un estilo singular, con impacto brasileño, aunque respirando aires innegociables. Quizá esas características chocaron con las dimensiones y particularidades del recinto que no propiciaron, precisamente, la idea preconcebida. Tampoco ayudaron las usuales chácharas de los que prefieren chismorrear a escuchar. Problemática sin solución.

Obviando géneros, los espectadores (la torcida brasileira residente en Barcelona copó la mayoría de asientos), corearon las veintidós canciones interpretadas. Se las sabían todas. Desde “Maria de verdade”, pasando por “Vilarejo”, “Aina bem”, “Dançã da solidão (elegantísima coda de cierre), “Diariamente”, “Baija eu”, “Eu sei (na mira)”, uno de los puntos álgidos de la húmeda noche, “Para melhorar” (grabada junto a Seu Jorge), ese estupendo tramo de despedida con “Elegante amanhecer/Lenda das sereias, rainha do mar” o una versión reducida del hit (otro) “Amor I Love you”. Toda la platea en pie le agradeció encarecidamente el cambio de marcha.

Capítulo especial merecen los temas de Tribalistas, aquel trío nacido en Bahía, formado por Marisa Monte, Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown. De ellos (se notó la ausencia de Antunes y Brown) sonaron “É você”, “Velha infância” (sin palabras), “Carnavália” y “Já sei namorar”, éxtasis y adiós. Cuatro composiciones prodigiosas. Lo mejor.

Ver bailar a sus compatriotas con ese feeling que alguien, en las alturas, les ha regalado, valió un potosí. Ellos llenaron de vida un show meritorio y de categoría, la que siempre ha tenido y tendrá Marisa de Azevedo Monte.

Texto: Xavier Urrejola

Fotos: Marina Tomás

 

 

 

 

 

 

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