Tremenda jornada la que preparó el festival In-Somni en la sala Wolf de Barcelona. Los osados programadores invitaron a los punzantes Nashville Pussy y a la banda local Paüra (ojo con ellos) para demostrar, nuevamente (21 años contemplan la locura), que al rock salvaje no lo enterrarán fácilmente; ni las grandes plataformas serán capaces de abolirlo. Uno de los ocho conciertos de su gira hispana, pudimos vivirlo en el club del Poble Nou, ávido de acoger los pavorosos guitarrazos y esos improperios saludables, típicos de la casa liderada por Blaine Cartwright. La discoteca , sin llegar a atiborrarse, registró una buena entrada.
Cometeríamos un grave error si no mencionáramos al grupo telonero. Paüra. Sin aspavientos, nos enseñó que el hard rock se puede cantar en catalán sin que nadie se rasgue las vestiduras. Son atrevidos, cañeros y además de degustarnos con eficientes descargas guitarreras, homenajearon a Françoise Hardy con su “Tous les garçons et les filles” (pregrabada), minutos antes de su notable demostración. Síganlos.
Al señor Ted Nugent (gran guitarrista, aunque controvertido personaje) se le ocurrió gritar “Nashville pussy” en uno de sus conciertos de la gira americana 76-77, más tarde inmortalizado en aquel glorioso (pese a quien pese) Double Live Gonzo! Esa bonita expresión, sirvió para que Cartwright bautizara un invento que transitaría por el hard, el southern o el punk revisitado (me niego a llamarlo cowpunk). La criatura nació en 1996 y sigue alegrando los corazones rocanroleros e incluso algún punky despistado, cosas del educado lenguaje.
Mientras ajustaban sus instrumentos, Cartwright, Ruyter Suys (guitarra), Bonnie Buitrago (bajo) y Dusty Watson (batería), se escuchó, por los altavoces, una melodía que ellos cerraron con una andanada feroz, la primera de un set imponente.
Pasadas las tres primeras piezas, “Pussy’s not a dirty word”, “Piece of ass” y “She’s got the drugs”, quedaron claras varias cosas (los fans saben cuáles son): su vocabulario es grosero, son todo menos delicados, nada amables, (ese “Hey you motherfuckers”, nos llegó al alma) y ametrallan sin piedad. Ninguna sorpresa, no la necesitábamos.
Las melenas al viento de Suys y Buitrago, junto a la descomunal aportación del baterista y la puesta en escena (creíble) del líder, brotaron cual tsunami, convenciendo hasta al más quisquilloso.
Si me dan a escoger, prefiero los estímulos cercanos al binomio Ramones/Motörhead como “Come on come on”, “High as hell” o el pop desenfrenado de “Why why why” que los calcos a AC/DC (hubieron varios) tipo “Everybody’s fault but mine”, “Hate and Whiskey” o “Til the meat falls off the bone” (la más descarada). Son capaces de aunar el sonido de los de Angus Young con los Stones (“Snake eyes”), tirar de psicodelia (“Pillbilly blues”) o enviarlo todo al guano mediante “Go motherfucker go”. Los registros, en directo, mutan, en estudio no tanto.
Tampoco faltó espectáculo. El colega Blaine llenó su sombrero de cerveza, escupió parte de ella al público y después se bebió el resto de un solo trago, incluso arrancó las cuerdas de su guitarra, repartiéndolas a los más cercanos. ¿Fantasmeo? ¿Sinceridad? La verdad es que importa poco, esas son sus credenciales y divierten. Se acabó.
El Rock and Roll cuando es fiero, terminante y se olvida de puñetas, puede destrozarte las neuronas (si te quedan). Nashville Pussy se revelan como especialistas en conseguirlo. Si les molesta la agresividad, están perdidos.
La sonorización volvió a ser sobresaliente y el trato a los medios inmejorable. No debería ser una extrañeza, pero los amigos de In-Somni y del Wolf nos facilitaron el trabajo de modo admirable. Ejemplo a seguir.
Texto: Barracuda
Fotos: Marina Tomás
