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Patti Smith Quartet – Les Nits de Barcelona (Palau  de Pedralbes)

La vida discogràfica de Patti Smith no ha sido, precisamente, muy fructífera, tan solo once álbumes en estudio la contemplan. Sin embargo, un buen puñado de sus composiciones, servirían para que algunos mequetrefes, envanecidos, justificaran su éxito y dieran gracias a un supuesto altísimo.
La fundamental artista de Chicago ha cimentado su leyenda en el eclecticismo. Ha sido, y es, cantante, compositora, poeta, pintora, fotógrafa y, seguramente, otras cosas que se nos escapan; todo ello evaluado con nota alta. Este currículo es bien conocido por una gran mayoría, así que mejor centrarnos en lo acaecido una calurosa noche del mes de julio en el festival Les Nits de Barcelona (Palau de Pedralbes), 48 años después de que Gay Mercader se atreviera a traerla a la capital catalana.

Ese arrojo del veterano promotor tuvo premio: la protagonista le invitó a subir al escenario como prueba de agradecimiento. A todas las aptitudes, antes señaladas, debemos añadir humildad, empatía y generosidad: repartió flores, con las que apareció en tablas, a los fans que la jalearon, exaltados, en las primeras filas. Afortunados.

Probablemente, no estamos hablando de uno de sus mejores conciertos, porque la edad no perdona (77) ni la banda, compuesta por Tony Shanahan (bajo y teclados), Seb Rochford (batería) y su hijo Jackson Smith, es la mejor que le ha acompañado (sus prestancias fueron más que válidas, no nos equivoquemos). No obstante, solamente por escuchar la extraordinaria lectura de “Man in the long black coat” (Bob Dylan), “Dancing barefoot” (de rodillas), la inconmensurable “Pissing in the river” (momento álgido extremadamente intenso) o ese “Gloria” (Them), que fulminó a los presentes, valió la pena asistir a la nueva ceremonia de una de nuestras musas preferidas.

No vamos a engañarles: su voz se notó rugosa en los primeros compases de “Summer cannibals”, el reggae “Redondo beach” y “Ghost dance”, pero conforme avanzó la noche (hasta los jóvenes cantantes de ópera acusan el arranque), las cuerdas vocales se pusieron a tono y la garganta no pareció la de una mujer septuagenaria. Aunque algún melómano, experto en la materia, comentó que al espectáculo le faltó garra, nosotros creemos que Patti Smith se plantea, actualmente, sus shows como si fueran una íntima liturgia, en modo rockero, claro está.

Mueve las piezas, inteligentemente, así, ni se agota ella ni el personal. Cruza formas profundas tipo “Cash”, “Nine” (saludos a The Velvet Underground) y “Boy cried wolf” con dedicaciones a su difunto esposo, Fred ‘Sonic’ Smith (tres décadas han pasado desde su partida y el amor continúa incólume), el “Summertime sadness” de Lana Del Rey o la musculosa “Because the night”. Descansa unos minutos (el grupo utilizó el “Fire” de Hendrix en el reposo), para seguidamente, embarcarse en reivindicaciones pro Palestina (“Peaceable Kingdom”) u homenajes a seres queridos como Kurt Cobain. A él brindó “About a boy” y recreó “Smells like teen spirit” (Nirvana), enlace catártico, complemento ideal si tienes en mente despedirte con G.L.O.R.I.A. Lo escribimos así porqué queda grandilocuente, similar a la recepción alcanzada.

Implacable, apretando clavijas o demostrando su capacidad de eminente rapsoda, Patti Smith volvió a arrollar, cual deidad de ese Olimpo imaginario al que tanto nos gustaría llegar.
“Are you hungry”?, espetó en la apertura. Por supuesto que sí, contestamos. Después de lo saboreado, todavía no hemos saciado nuestro apetito.
Lo de Patti siempre resultará parejo a una epifanía. Quimérico.

Texto: Barracuda

Fotos: Sergi Fornols

 

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