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Pearl Jam – Palau Sant Jordi (Barcelona) II

Superadas las críticas alrededor del precio de las entradas y todo lo demás –para mí nunca hubo dudas-, y ante la imposibilidad de asistir el sábado por cuestiones personales, la apuesta de acudir el segundo día siendo lunes se antojaba valiente. El fin de semana siempre suele ser mejor opción, pero con Pearl Jam eso no funciona porque el quinteto de Seattle acaba superponiéndose a todo en escena.

Conviene rememorar que PJ es una banda construida prácticamente sin cambios desde su formación a principios de los años noventa –el batería Matt Cameron llegó el último, justo antes que el nuevo siglo-, que triunfó ampliamente con su primer álbum (Ten, 1991) y subió el listón al menos con los tres siguientes, todos con Epic (Vs, 1993, Vitalogy, 1994, y No Code, 1996), y que parió un MTV Unplugged (1992) mastodóntico en iniciática plenitud.

Formados alrededor de un vocalista dotado y de estilo particularmente emotivo (Eddie Vedder), con un guitarrista compositor tocado por los dioses (Stone Gossard), un solista a las seis cuerdas (Mike McCready) sin límites interpretativos y una sección rítmica sólida como una columna de basalto (Jeff Ament y Matt Cameron), juntos suenan con tan nítida profundidad de campo como para señalar el horizonte último del rock. Lo tienen todo. Y más allá de su formación y auge, lo más importante: han sabido mantenerse disco a disco y gira a gira, no sin críticas, siendo además la única banda al completo sobreviviente a aquel fenómeno sociológico, el grunge, que puso a prueba la mente de tantos líderes de bandas.

Pero vayamos a la noche del lunes, y me viene fantástico lo del horizonte, porque la producción del escenario en esta gira parece querer expresar precisamente ese concepto a través de una gran pantalla panorámica, que se integra en las gradas sobresaliendo al escenario por ambos lados. Encima de ese lienzo, un video DJ pone al grupo de lleno en el siglo XXI con una propuesta visual espatarrante, la mejor que yo haya visto. Primeros planos de los componentes en directo mezclados con instantáneas paisajísticas y del espacio exterior, formas fractales… arte en cómic, etc. Espero que en Mad Cool también pueda instalarse porque la movida es memorable.

En cuanto al repertorio y al ritmo del espectáculo, la sensación a posteriori es que los activos discográficos de la mermelada de perlas son tales que le permiten mutar cada noche, ya no en un repertorio diferente, si no en una función de estructura diversa según la intención. En el caso de la noche que nos ocupa creo que el set-list estaba pensado como el episodio final de la película del sábado. Y claro, como en Kill Bill, la segunda parte, que incluye una subida más creciente hacia el desenlace, es más molona.

Asumimos que hay cierta fórmula común: inicio reposado con dinámica ascendente e inclusión de media docena de temas del nuevo álbum Dark Matter (Monkey Wrench, Republic, 2024) –de renovada y fresca explosividad- entrelazados a una base mayoritaria de Ten, que el lunes fue un poco más copiosa (sin “Jeremy” que sí sonó el sábado). En medio de todo eso los comentarios de Vedder. La verdad es que cada vez le cuesta más hablar, incluso en inglés, pero sí alcanzó a espetar algo en la lengua de Unamuno: “Podría deciros algo en mi español de mierda, pero prefiero hacer lo que mejor se me da, patearos el culo”.

Y doy fe que a eso se dedicaron, pues mientras el sábado el despliegue fue más conservador, el lunes surgieron de la chistera más temas épicos. Después de la intro la emotividad rompió en tercer lugar con “Daughter”, seguida de “Once” y “Why Go”, acelerando gradualmente el ritmo con las nuevas “Scared to Fear” y “React, Respond”, y manteniéndose incólume con la bluesera “1/2 Full”, toda una sorpresa. Luego vino el amanecer de “Even Flow”, cuyo estribillo hizo flaquear por aclamación coral, y cual aluminosis, el cemento armado del edificio. Y el pétreo riff de “Who Ever Said”, que hace bueno al criticado álbum Gigaton (Monkey Wrench, Republic, 2022).

Llegados al punto álgido, no es lo mismo acabar con “Porch” y volver en los bises con Eddie en solo y a más bajo ritmo con “Just Breathe” y “Wasted Reprise” como hicieron el sábado, que soltar lo que soltaron el lunes hasta “Reviewmirror” y su vigoroso y sexual arpegio, para volver en encore con la mítica “Smile” y seguir con “Running”, una nueva anfetamina, “State of Love and Trust”, aquel mítico outtake de Ten, auténtica marca de la casa, y enlazar “Black” y “Alive” para explotar con el cover del “Rockin’ in the Free World” antes de invitar a un fan a tocar “Yellow Ledbetter” para finalizar. La apoteosis según Eddie Vedder y los suyos, que se mantienen en el confín de los elegidos a pesar de las décadas.

Podemos interpretar esos dos cortes finales como una respuesta al fan desencantado con el tema de las entradas. A nadie se le escapa el muy criticable contexto inflacionista general, pero conviene recordar que ser fan de un grupo no te da derecho a recibir como contraprestación su favor como servicio básico y al precio que uno quiera o incluso que pueda pagar. No estamos hablando de alimentación, salud o educación, ni siquiera de transporte público o de derecho a la cultura. Estamos hablando de un espectáculo de un artista top que tiene derecho a poner los tickets al importe que considere, es libre para hacerlo. Y luego que cada uno milite (o frivolice) acerca de lo que le parezca, mientras en Gaza o Ucrania caen bombas como chuzos, porque el verdadero fan fue el tal Carlos, que consiguió subirse al escenario a tocar con la banda de su vida. Moraleja: Pearl Jam sobrevive a todo y el verdadero seguidor lo sabe bien.

 

Texto: Pacus González Centeno

Fotos: Sergi Fornols (sábado 6/7/24)

 

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