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Rufus Wainwright – Les Nits de Barcelona (Palau  de Pedralbes)

 

 

El concierto de Rufus Wainwright, en el festival Les Nits de Barcelona (Palau  de Pedralbes), pinchó (en cuanto a público se refiere) de manera notable, tanto que ni se llenó la platea ni tuvieron que habilitarse las gradas; una pena y un chasco tremendo.

Ya sabemos que el ecléctico crooner (y muchas cosas más) ha visitado estas tierras en varias ocasiones. Centrándonos en Catalunya, las dos últimas fueron en el Festival Castell de Peralada 2022 (ópera “Hadrian”) y en el Festival Grec 2023, presentando el disco “Folkocracy”. El tour Summer 2024, permitía volver a apreciar el formato en solitario (piano y guitarra) y degustar algunas de sus mejores composiciones. Esta fórmula (ya repetida) no sirvió para motivar al personal (¿vacaciones?, ¿hastío?), aunque los que estuvimos allí, gozamos de una nueva demostración de su talento.

La calidad que destila es tan grande que importa poco el modelo que elija (no hablamos de su centelleante americana). Probablemente, estimulan más las dotes pianísticas (esa entrada, con la ritual “Agnus Dei”, no deja dudas) pero, también, cuando escoge la guitarra para contar historias, que llevan del regocijo al desconsuelo (entra todo lo que se les ocurra), seduce hasta al menos perceptivo. Cómo obviar las interpretaciones de “He Loved” (fragmento de “Hadrian”) o ese “Gay Messiah” (dedicada a la comunidad LGTBI+) que unió con la majestuosa “Ready for battle”, extracto del musical “Opening night”, basado en la película de John Casavettes (1977). Lo dicho, con las teclas profundiza, creando mundos penetrantes e, incluso, llegas a pensar que podría ser un buen concertista, pero este señor emocionaría cantando “a capella” horas seguidas  o hasta dándole golpes a una sartén.

Entramos en el capítulo vocal. Es posible que, a su voz de tenor, le falten graves para entonar, con más veracidad, el “So long, Marianne” de Cohen (“Hallelujah” le va que ni pintada), pero para todo lo demás es perfecta, elevadora, llevándote al parnaso en pocos segundos. Espectacular y grandilocuente (marca registrada) en “The Art teacher”, “Millbrook”, “Poses”, emulando a Elton John en “Dinner at eight” (citas a su padre Loudon Wainwright III) o con el himno “Going to a town”, en el que deseó que Estados Unidos tenga una presidenta, ¿Kamala Harris? esperemos.

Cada uno tiene sus predilecciones y, en mi caso, pertenecen a todo lo que huela a musical, género que ya ha tocado, aunque todavía debería hacerlo con más asiduidad. “Cigarettes and chocolate milk” podría ser, perfectamente, una composición de Rodgers & Hammerstein (salvando épocas y temáticas). Esa línea armónica, preñada de una musicalidad extraviada, hoy en día, en el infierno de la simplicidad, la domina con una facilidad pasmosa, pudiendo jugar con ella y su poderío vocal de un modo, que parece sencillo, pero que sólo está al alcance de iluminados. Rufus es el equivalente a lo que debería ser la melodía ensoñadora. Estratosférico.

Nos quedan un par de gloriosos momentos que contar. El canadiense-estadounidense, se enamoró del disco que la eminente soprano Teresa Stratas grabó sobre la obra de Kurt Weill. A partir del descubrimiento, el cerebro maquinó un homenaje al inconmensurable músico alemán (incluyendo temas propios) que vería la luz acompañado por The Pacific Jazz Orchestra. De ese trabajo escuchamos el díptico “Old song”/”Early morning madness”. Le bastó el piano para conmover a la escasa parroquia  reunida. Destreza que renacería en el postrero bis de la velada, “La complaine de la butte”, el prodigio confeccionado, en 1955, por Jean Renoir y Georges Van Parys para la película French Cancan. La tonada volvería a aparecer en la banda sonora de Moulin Rouge! (Baz Luhrmann, 2001). El éxito, de la mano de nuestro protagonista, estaba servido.

Entre canción y canción, Rufus Wainwright, explicó anécdotas (acudía desde Florencia), se mostró cariñoso, en todo momento, y hasta quiso hacernos partícipes de su cumpleaños. ¡Happy birthday dear Rufus, happy birthday to you!, coro improvisado con la que acabó la lujosa función.

Wainwright, en una noche desangelada, se dejó hasta el último suspiro de sus fuerzas y capacidades. Otros hubieran utilizado el piloto automático. Aún hay clases.

 

Texto: Barracuda

 

 

 

 

 

 

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