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Richard Hawley – Underfest Xacobeo (Vigo)

El universo en el que habitan las canciones de Richard Hawley no parece de este mundo y este tiempo. La lluvia siempre presente, nocturna las más de las veces, los trenes de medianoche que siempre parecen partir para no volver, los corazones rotos, los amores eternos, el orgullo y la honestidad de las clases trabajadoras, las ciudades feas pero satisfechas de su identidad…

Si a eso añadimos el envoltorio, una música sin pretensiones de modernidad que suena a mediados de SXX, a aterciopelado crooner del r’n’r, el r’n’b y el country de los 50, a Cash, Elvis y Everly Brothers con esporádicos detalles de electricidad casi psicodélica, y la edad a la que empezó a grabar discos a su nombre, resulta casi increíble el éxito alcanzado. Ah, pero está el talento, claro, algo de lo que Hawley va sobrado, y la certeza de que lo que estamos escuchando es de verdad, que ese romanticismo del perdedor es puro y sin truco.

Quizá en disco sea más fácil servir el plato con la elegancia que merece, y la riqueza de los arreglos que visten sus canciones amplifican el efecto de una composiciones que consiguen ir más allá del ejercicio de estilo. Sin embargo, aunque en Vigo no se atrevió a aceptar la petición de «The Ocean» (me falta la orquesta, se disculpó), las versiones acústicas que interpretó con la inestimable ayuda de Sez Sheridan, su mano derecha, fantástico con las guitarras, no solo no dieron motivo a queja alguna, sino que encandilaron a un público que llenó el teatro de los Salesianos con días de antelación.

Abrió con un par de gemas del oscuro Truelove’s Gutter, como para avisar de que la cosa iba en serio y más allá de un grandes éxitos, pero enseguida compensó con un «Tonight the Streets Are Ours» que también sonó a gloria sin los violines. El resto de la tarde noche picó aquí y allá en su discografía sin centrarse en demasía en ningún disco. Se remontó a Late Night Final (una estupenda «Something Is…!») y no se excedió con su último disco (magnífica la atmosférica «Heavy Rain»); versionó la canción favorita de una infancia en la que toda la familia cantaba (el encantador oldie «Corrine, Corrina»); presentó «Just Like the Rain» (su única parada en el clasicazo Coles Corner), como la primera canción que compuso a los dieciséis años y que demostraba que siempre había sido desgraciado; y logró uno de los crescendos más intensos con «The Sea Calls». Por lo demás, fantástico de voz y progresivamente locuaz y a gusto con una muy respetuosa audiencia, en «Standing at the Sky’s Edge» demostró que se puede sonar amenazante con un par de acústicas.

Cerró un gran concierto como empezó, sin hits. «My Little Treasures» lo despidió con discreción, y quizá inadvertidamente puso título a una velada llena de eso, de pequeños tesoros. Salimos del teatro y volvimos a nuestro mundo y nuestro tiempo, quizá no tan bello ni cinematográfico como el de las canciones de Richard Hawley, pero sin duda mucho mejor que antes de haberlo escuchado.

Texto: Carlos Rego

Fotos: PixelinPhoto

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