Respondió sobradamente el público barcelonés (ayudado por un considerable contingente guiri) a la llamada del sueco Kristian Matsson, llenando una sala que disfrutó de uno de los primeros bolos de renombre tras el parón estival.
Mi primera vez con él en directo, tenía curiosidad por ver cómo se lo montaba para mantener un show en solitario, sin banda alguna cubriéndole las espaldas. Me bastaron cuatro temas para verlo: tablas, simpatía y desparpajo y una voz en plena forma. Un pequeño prólogo con mandolina («Moonshiner») dio paso a la obligada, por estos lares, «King of Spain» y sus múltiples referencias de botijo y pandereta, así como al primer cambio de instrumento; y es que otro de los pequeños detalles que dan color y diversidad a su propuesta es ese pasar de la acústica a la eléctrica (por cierto, cómo digita el amigo), del banjo a los teclados, para dotar a cada tema de su propia personalidad.
Con una parte media basada en Henry St (2023) su último lanzamiento hasta el momento y del que sonsacó hasta cinco temas, pasó luego a bucear en el pasado, picando entre álbumes y haciéndonos disfrutar con pequeños clásicos del indie folk contemporáneo como son «Burden of Tomorrow», «I Won’t be Found», «Revelation Blues», «The Gardener» o esa obra maestra absoluta que es «Rivers». Una hora y pico que pasó prácticamente en un suspiro gracias a un repertorio estupendamente estructurado y a unos parlamentos entre canciones en su punto justo, tan lejos de lo protocolario como de la brasa pretendidamente chistosa y tantas veces, en otros músicos, interminable.
Ovación, reverencia y un minutillo de impasse para volver al escenario y despedirse con otro número habitual, «1904», y la imprescindible «The Dreamer» en una versión al piano que cerró bises y ceremonia con la misma clase y sentimiento con que se había manejado desde el inicio.
Texto: Eloy Pérez
Fotos: Sergi Fornols
