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Los Planetas, profetas en su tierra

 

Granada volvió a recuperar el trono del indie español —si es que algún día lo ha perdido— de la mano de sus mejores embajadores en un concierto apoteósico. La plaza de toros de la ciudad se llenó el sábado por la noche para recibir a Los Planetas en la conmemoración del 30 aniversario de la publicación del seminal LP Super 8, el disco de debut que están desempolvando en directo en 2024.

A la fiesta de los padrinos del pop y el rock independiente se unió el batería Éric Jiménez, ausente durante gran parte de la gira. Jota, más locuaz y comunicativo que de costumbre, se acordó de May, la bajista de la primera época del grupo. Tras una hora y 35 minutos de pura emoción, la banda granadina cerró el show con «Pesadilla en el parque de atracciones». Los vasos de plástico salieron disparados al cielo. La comunión con el público fue absoluta. Los Planetas, más que nunca, fueron profetas en su tierra.

Y eso que la apuesta era arriesgada. La relación con su ciudad no siempre ha sido fluida y la ausencia de Éric había enrarecido el ambiente en los últimos tiempos. Para el concierto estrella de la presente gira se habían decantado por un recinto de grandes dimensiones (el aforo completo del coso taurino supera los 10.000 espectadores), en el que suelen actuar grupos con mucho tirón comercial que nada tienen que ver con el universo radicalmente independiente de Los Planetas.

El concepto del show en Granada fue una versión ampliada y mejorada de los precedentes conciertos: al repaso íntegro del disco Super 8 le sucedió una generosa ración de éxitos del grupo, desde los inicios hasta el presente. Dos mitades de 45 minutos cada una que pasaron a la velocidad de un rayo y que se vieron enriquecidas por una gran pantalla que mostraba las coloristas visuales ideadas por el artista donostiarra Javier Aramburu. La música y las imágenes vivieron en una feliz simbiosis.

Antes, Alcalá Norte y Depresión Sonora se encargaron de caldear el ambiente. Hacia las 21:45, en la pantalla se fijó el icónico muñeco de Playmobil de la portada del primer LP de los granadinos y empezaron a sonar temas de The Smiths, The Ramones, Morrissey, The Lemonheads… El público de la pista, llena hasta los topes, se afanaba en pedir consumiciones en las barras. Eran mayoría los fans en una franja de edad de 40 a 55 años, algunos de ellos venidos de otros puntos de la península, pero también treintañeros que apenas gateaban en aquellos primeros tiempos de «Qué puedo hacer». Las canciones, auténticos himnos, la lisergia de la música, unas letras coreables y el alma punk e incorruptible de la banda conectan con una masa heterogénea e intergeneracional. Para muchos de los presentes, seguramente su grupo de cabecera fuera Los Planetas. Da lo mismo que hayan nacido en 1975 o 1991.

A las 22:13 salieron Jota, Florent, el bajista Miguel López y Éric. Solo faltaba Banin, su histórico teclista. Como ya es habitual, tocan las diez canciones del álbum seguidas en estricto orden, lo que tiene sus pros y sus contras. Se pierde el factor sorpresa, pero a cambio se saborea el disco tal como fue concebido. La triada inicial («De viaje», «Qué puedo hacer» y «Si está bien») mantiene intacto el festín de ruido, melodía e intensidad lírica: algunas de las principales características que han definido el sello de los granadinos desde los años 90 hasta nuestros días. Florent, pletórico, no pudo reprimir un sonoro “¡uuuuoooh!” en el micrófono al finalizar el primer tema, señal de que la formación estaban en su versión más enérgica y enchufada.

Al estilo de los conciertos de la era preinternet, hubo poco móviles inmortalizando la noche. Se vivió el momento. Punto. El sonido de las voces coreando las canciones bajó de decibelios hacia la mitad del disco («10.000», «Jesús», «Estos últimos días»). Entonces, llegó «Brigitte»: una hermosa canción pop heredera de Teenage Fanclub, que reactivó el termómetro emocional de los presentes. Las margaritas de Aramburu giraban sobre un fondo verdoso mientras llegaba el estribillo: “Si no puedo cambiar tu forma de pensar, / si aún piensas igual / entonces nadie lo conseguirá”. «La caja del diablo», el tema más denso, machacón y puede que adictivo del disco, puso a la gente a bailar en las primeras filas. La versión en vivo no pasó de los siete minutos. Eric se lució en un aquelarre noise que cerraba la primera parte de la actuación y dejaba el listón alto.

Los cuatro músicos abandonaron el escenario durante unos minutos. A la vuelta arrancaron con una canción desgarradora donde la impronta de Eric es fundamental. «Segundo Premio», quizás el himno definitivo de Los Planetas, su emblema oficioso, abrió una tanda de grandes éxitos que ya forman parte de la historia del pop español. Florent cambió de guitarra por un problema técnico y continuó sin mayores problemas. Además del esperado costumbrismo de «Un buen día», cayeron la intensa «Santos que yo te pinte» (¿o es pinté?, un dilema que nunca pone de acuerdo a los fans planeteros); la psicodélica «Corrientes circulares en el tiempo», uno de esos medio tiempos que bordan Jota y los suyos; y un tema tan melancólico y bonito como «David y Claudia», del disco Pop (1996).

A estas alturas, quien más quien menos echaba cuentas del tiempo que restaba para el cierre. Comenzaron las cábalas. «Mi hermana pequeña» y «Nuevas sensaciones», hits de los inicios del grupo, son fijos en el setlist de esta gira. Entre vivas a Granada, Jota sorprendió al decantarse por dos temas que forman parte del álbum Zona temporalmente autónoma (2017): «Espíritu olímpico» e «Islamabad», que pareció tener un sesgo pacifista con las masacres en Gaza y Líbano. En el siguiente y último bis empezaron a volar los vasos de plástico. La gente enloqueció de felicidad. La fiesta fue total entre el público. Su grupo más controvertido, creativo y libre, el buque insignia del indie español, había reconquistado Granada 30 años después.

Texto: Jon Pagola

Fotos: Doctor Music

 

 

 

 

 

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