Encuentros

Defender las canciones a hostia limpia: Los Flying Rebollos vuelven a electrizar los escenarios

 

 

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Los Flying Rebollos vuelven a la carretera después de 25 años con dos conciertos en Valladolid y Bilbao. Vuelven a reunirse toda la banda en sendas muestras de auténtico y sucio rockandroll junto amigos de toda la vida. Desafiando las expectativas y sacando lustre a aquellas botas que dejaron una huella imborrable han ido creciendo durante tantos años en silencio siendo reivindicados como emblema y referencia para muchas escenas y bandas desde la margen izquierda de Vizcaya hasta todo el estado.

 

Siempre quise entrevistar a la banda más grande de mi pueblo. Imaginaba estas palabras como título de un libro sobre los Flying Rebollos, cruzando de lado a lado una entrevista para el Ruta o impresa sobre la camiseta sudorosa en un concierto. Acababa de entrevistar a Edorta Arostegi, frontman de la que será sin dudarlo la banda de Rock más grande de la margen izquierda, grandeza que cruzó fronteras inimaginables para un conjunto musical de Vizcaya con canciones propias y en castellano.

He ido conociendo su grandeza mientras cruzaba ese radio eléctrico que va desde la casa de mi infancia en Portugalete hasta este lugar a las afueras de Madrid donde os escribo. Con apenas diez u once años bajábamos a aprender txistu por el cine Java hacia el puente colgante y a medio camino solíamos pararnos a escuchar como, dentro del bar «El Bluesman», un humo ruidoso y electrizante cantaba canciones que entendíamos. Más tarde compraría su disco “Esto huele a pasta” y los pincharía cualquier noche en Estropo junto a otras de Barricada, Los Rebeldes, Mermelada o los primeros discos de M Clan, o me servían como enlace para cruzar la línea idiomática y tirar hacia los Black Crowes o ZZ Top.

Después ya trabajando en los bares de Madrid al hablar de la escena musical de la margen izquierda siempre siempre músicos de todas partes me nombraban a Eskorbuto y a los Flying, nos daba para hablar hasta altas horas sobre los caminos entrecruzados entre Iñaki Uoho, Platero y tú y Extremoduro. Después programando conciertos bandas como Deltonos, Le Punk, Los Zigarros, músicos como Suso Díaz & Apaloosas, Antonio Hernando o figuras como Bolo o Iñaki López, me hablaban de los Rebollos como auténtica influencia en sus acervos musicales. Inabarcable el surco que dejaron cuando ya no estaban en bandas de la escena local como Cuatro Tragos, Hash, Sintonics, Ama Say, Porco Bravo o Bosco el Tosco y su Puta Banda o Tacoma.

Un hormiguero efervescente

Al apagar la grabadora y cerrar sesión en el ordenador sentí que cerraba el capó de un Renault 7 con mucha historia y con muchas ganas aún de seguir corriendo. La margen izquierda era un hervidero, un caos fulgurante, una amalgama sucia y llena de vida en la que hormigón, grandes oficinas, inmensas fábricas, descomunales ferries, millonetis y yuppies caminaban por la mismas acera que hippys y punkarras, jonkis y vagabundos, manifestaciones, huelgas de currantes, reivindicaciones políticas, fiesta, bares, atracos, droga, y música enhebrándolo todo como la ría verde o marrón en aquellas largas semanas de lluvia.

Edorta Arostegi, desde bien pequeño se educó en la calle, le deslumbró toda aquella efervescencia, entre todo aquel desorden había huecos para vislumbrar una extraña esperanza que entrelazaba a través de la televisión, el cine y la música, lo que se vivía en Portugalete con lo que ocurría en Madrid, Londres, Berlín o Nueva York. “En los últimos setenta y primeros ochenta en Portugalete suceden muchas cosas para un chaval como yo desde la adolescencia a la juventud, un entusiasmo por la vida y una ingenuidad bestial. Había muerto Franco y creímos que el mundo podía cambiar”. Edorta empezó a traducir en palabras aquella ansiedad por expresar nudos de garganta, luz y vibración. Mientras otros dibujaban pollas, él llenaba de letras emborronados cuadernos de Ancla: “A mi siempre me gustó escribir y hacer canciones, fijarme en qué estaba sucediendo alrededor, en mi pueblo, en Bilbao, en toda la margen izquierda, en la derecha también”.

 

Mil botas en Portugalete

Si hoy bajas por la cuesta Santa María de Portugalete, esos rebollos, esos cantos rodados que dieron nombre a la banda y que asientan tus pasos, verás que lucen limpios y pulidos, solo un par de bares sobreviven gracias a esas pocas cuadrillas de habituales que salen un par de sábados al mes. Cuán diferentes lucían aquellas piedras vigorizadas con kalimotxo, rayadas por el cristal de cincuenta bolsas de basura de los bares cada fin de semana, fortalecidas por el pisoteo de mil botas cada sábado noche. Se decía que nuestra villa era el lugar con más bares por metro cuadrado, en todo la parte vieja habría más de cien, llegó a haber hasta 4 salas de cine y alguno como el cine REX podía albergar eventos de más 997 butacas. En las revistas de Rock, Portugalete, junto a Getxo, aparecía como uno de esos destinos en los que recaían los grandes combos musicales, se daban conciertos en los bares, había tiendas de discos y multitud de lugares para esconderse o encontrarte con los tuyos como los gaztetxes, el campo de la iglesia, el hotel, la Rantxe, el parque de los monos o los bajos del muelle.

“Portugalete era un lugar donde se concentraba gente de todos los lugares, había posibilidad de conseguir de todo y había muchísima vida en la calle. Era un lugar divertidísimo, nada que ver con lo que es ahora”.

A finales de los setenta Edorta empezó a escribir las primeras canciones con “Jandrín”, “le decían el Neil Young de Portugalete, era un personaje muy carismático en sus inicios, iba con un poncho y con un perro de aguas, tocaba la guitarra, montó una banda con Iñaki Santibañez, con Txoko, con Flortxu “El niño”, ya difunto también. La llamaron la “Hashband” y tocaban en cafés y garitos porque aún no había salas y hacían versiones de “Crosby, Still, Nash and Young”. Él también escribía alguna canción suya. Me vendieron una guitarra que después desapareció y con ella empecé a hacer los primeros acordes”. Pronto empezaría a sumar letras a esas melodías encontradas, bocetos de canciones. De allí nacería “Lola” que ya en su letra hace volar algo que con el tiempo sería cogería dureza y forma de rebollo: Arranqué el Sedán, los mojones vuelan a la contra, la voy a buscar, yo no puedo estar sin mi Lola. Fue Iñaki Setién quién encontró esa rueda de arpegios y después, Edorta cayó en que las canciones necesitarían de brazos y piernas, esas canciones nacieron para ser cantadas en grupo con toda la flema, actitud y electricidad posibles.

“Yo empecé a tocar la batería con Jaime Ranero, con el Li, los dos y difuntos, luego vino Txus Alday y hacíamos algo especial en las oficinas de la naviera de Pedro Flaño era otro colega que tenía una de las primeras tiendas discos de Portu, Zappa Discos en muelle y allí ensayábamos. Era un sitio enorme y se montaban unas arandas de la hostia. Allí es donde empezamos a escribir las primeras canciones. Nos llamamos «Los Narcóticos» en plan gracia aunque ni puta gracia tiene, porque algunos de aquellos componentes acabaron bastante narcotizados y algunos muertos”. Y es que, como decía Edorta un par de párrafos más atrás, Portu era un sitio alucinante y podías conseguir de todo, te encontrabas a cuadrillas enteras puestas de ácido. El fin de semana abría una puerta hacia un oasis en el que psicodelia, euforia, rockandroll, creatividad, kinkineo y fiesta eran la parte de atrás de aquella plomiza y pesada realidad que empezaba a oscurecer las baldosas que aquel Gran Bilbao.

Heroína, atracos y bollos

Lamentablemente la heroína entró en escena y muchos empezaron a consumirla de una manera casi literaria “por la influencia del rockanroll, de la Velvet Underground, del “Exile in Main Streett” de los Rolling, era algo muy seductor y no había precedentes en nuestro pueblo de las consecuencias que podía traer el consumo de semejante droga, fue bastante duro. Luego se popularizó y ya no había nada romántico sino el puro enganche en dos o tres años, convertidos en atracadores, robos, etc. Todo aquello convivía con la escena. El hotel de Portugalete era un lugar donde te podías encontrar a una señora tomándose un bollo, otro jugando al ajedrez y otro atracándole a uno con una pistola que estaba vendiendo heroína, si las paredes de ese sitio hablasen, alguien debería escribir un libro sobre ello”.

 

Burning

En 1978 Burning publican “Madrid”, un álbum que supuso un shock para Edorta, por fin alguien escribía buenas canciones en castellano y con una chulería que iba más allá que la de los Stones o los New York Dolls. “Fui a verles a Gernika, cuando aún Toño era el frontman, en el Bolo´s, el garito de Bolo y fue increíble el concierto. Fue una gran influencia. Me flipaba Neil Young y Dylan, me gustaba la música americana, el rock en castellano no existía, hasta que escuché a Burning, a Tequila, a Mermelada, Los Desperados, Bebe sin Sed, Más Birras, Los Proscritos, ahí es donde dije ¡estos son los nuestros, esta es nuestra batalla, aquí vamos a pelear y lo vamos a pasar bien! Cuando nosotros aparecemos en la escena en la margen izquierda lo que había era un montón de heavys con el pelo cardado, con ínfulas, tocando con una bata con un tigre detrás… Había punk también, estaban Eskorbuto y en Barakaldo estaban Parabellum o PutaKaska, luego había bandas como Fase o Crisis que tenían más que ver con nosotros, después aparecieron Platero…”

 

El Bluesman

Edorta se hizo cargo del bar “El Bluesman”, ese lugar donde poníamos la oreja cada vez que bajábamos hacia el puente y allí sonaba de todo, una amalgama tremenda de estilos. Aunque en Portugalete siempre fue difícil alimentar la escena tras la barra de un bar, la idea romántica de montar una taberna y llenarla de conversaciones melómanas, sesiones musicales hasta el anochecer, comercio con maquetas, alcohol y conciertos siempre, se daba de bruces contra el imponente y frío muro de la autoridad institucional. El ayuntamiento y sus secuaces nunca ayudaron a la ferviente escena local ni a los bares que servían de apoyo, casa y catapulta a tantas buenas propuestas de toda la margen izquierda:  “Tuvimos que esconder la música. El ayuntamiento nos puteaba, tuvimos que llegar a esconder un walkman debajo de la barra para poner una cinta porque venían los munipas y nos jodían. Nunca conseguimos trabajar alegremente. Hacíamos alguna vez algún concierto y duraban hasta que venía la poli. Todo eso que ahora llaman cultura del Rock, que dicen desde arriba que apoyan a la música, en el embrión nos dieron por el culo todo lo que quisieron. Y estoy seguro que a lo que ahora mismo sea seminal también les están jodiendo. Favorecen las cosas cuando ya están establecidas y ya hay una masa de gente que las reclama de una manera descafeinada. Si toca los huevos, que es para lo que está hecho el rockandroll, el rap y todos estos estilos, te van a joder”.

 

Aquellos amigos hijoputas y cuatro acordes

Edorta me cuenta que un día estaban en la puerta del BluesMan y llegaron dos tipos en moto para comprar unas maquetas de “Motorclub Gripón”, eran Uoho y Fito Cabrales, habían montado una banda que se llamaba “Platero y tú”, “¡vaya nombre más raro!- dijimos!. Resulta que se hicieron íntimos amigos.

Los Narcóticos darían paso a los Flying Rebollos, primero con Alfonso Larrínaga “Pikurra” a la voz, que luego se fue a vivir a Algorta y después de unas vacaciones Edorta ocupó su lugar. Llegaría después Gorka Bringas a la segunda guitarra y Fer al bajo. Xabier “Polaco” Arretxe que venía de tocar en «Zer Bizio» cogería el lugar de Edorta a la batería. Más tarde aparecería Lalo que tocaba en «Lunes Tormentoso» a la armónica.

Como quien empieza construir una cabaña piedra a piedra las canciones fueron aupándose sobre la barra del bar con el saber hacer de cada uno, cada uno traía su parte y por eso se defendían con tanta vehemencia sobre el escenario, todas tenían un poco de todos. «Con Txus y con Gorka, ese embrión con unos acordes básicos se le daba forma entre todos, lo ordenábamos, buscábamos partes, arreglos, solos… No había grandes alardes, era rockandroll sencillo hasta ya la última etapa donde trabajamos con Iñaki Uoho como productor y allí ya metimos arreglos de cuerdas, con Mario las teclas. Poco a poco aprendimos pero al principio la actitud era lo que nos sostenía, defender las canciones a hostia limpia».

Le pregunto a Edorta que cómo eran los primeros conciertos y se le ilumina la cara, abre emocionado los ojos para narrarme con fiel detalle cada instante: “Eran muy intensos, siempre los bolos los vivíamos como una buena noche para morir, esa era la cosa, mucha priva, sustancias, íbamos a saco. Era nuestra forma de vivir, por supuesto ahora todo es de otra manera”.

Todo sucedió sin apenas buscarlo

Las cosas fueron sucediendo, sin apenas buscar conciertos, se iban dando pasos y los lugares se llenaban. Hacia el noventa y uno se grabó la primera maqueta «Me vi a matá» donde ya aparecía la mítica «Modesta». En la grabación la gente acudía a verles tocar con botellas de whisky y cerveza aunque avisaban de que no se podía entrar. Se hicieron sesiones seguidas de más de veinte horas. La distribución la hicieron DDT, Likiniano, que la movieron por locales, tiendas y bares de todo el Estado. Las mil primeras copias se vendieron en la primera semana y se llegaron a vender hasta 3.000 copias.

De sorber y maldecir a ser arrojados cuesta abajo a un tumulto de gritos, tragos y sonrisas por el sencillo milagro del rockandroll. La gente quedaba peligrosamente fascinada, empezaban a saberse las canciones, la energía se desataba desde la primera canción de aquellos conciertos en el Gaueko de Bilbo que acaban en largas noche en el Umore Ona de Suso o en el Halls, junto a toda la escena vizcaína. Desataban un fuego capaz de hacer harina de talo las montañas de basura diarias de toda aquella gente.

Una ofrenda al caos, música para destruir tu mundo. Canciones que hablaban de tí tragando mierda y mirando sin esperanza las vías del tren. Por fín el rockanroll describia la idiosincrasia, el carácter y la actitud de aquella generación, el todo va bien cuando todo va mal, la rabia contenida apretando aquellas guitarras como cada noche se apretaban las chupas para mostrar la sonrisa desafiante que no se podía mostrar ante el jefe en el currele. Suciedad y libertad, malencarados y sensibles, furiosos y vulnerables, irónicos e hilarantes. El punk y el rock, el blues de la margen izquierda, la trascendencia del instante como una piedra de río, la falla, la tara es una historia que poder contar, la necesidad un Copa Turbo de segunda mano y sin frenos en los auriculares de tu walkman: Al principio confiabas en que un día ante ti hubiese una luz, en tu kely renegabas y el bueno de la peli no eras solo tú, perdiste un amigo en la carretera, tus viejos te exigían un futuro feliz, tenías una novia casadera,tortillas de patata en una tarde gris. Nadie iba a hacer nada por ti, cojiste el camino, huiste lejos de aquí…

No hubo nada parecido a lo que ellos hacían, pegaron el pelotazo y sucedió casi sin querer y aún así, tocar aquellas canciones con toda esa cuadrilla del principio, en cualquier sitio, entre garimbas y a quince conciertos al mes por todo el norte, se había convertido en lo mejor de sus vida.

Verano de perros

El primer LP  autoproducido “Verano de Perros” se grabó con Aitor Ariño en «Lorentzo Records» en Berriz. Gracias a Iñaki Uoho convencieron a GOR Discos, el sello discográfico independiente de Pamplona cerrado el año pasado tras 32 años de historia, para sacar adelante el disco álbum bajo su manto comercial.

Empezaron una gira nacional tocando entre dos y cuatro días por semanas durante más de tres años, junto Los Rotos en Guadalajara, telonearon a Gabinete Caligari en fiestas de Bilbo, en un antiguo manicomio en Segovia junto a los Enemigos y acompañando a bandas como Dr Feelgood, The Blues Brothers, Wilco Johnson, Platero y tú, Extremoduro o M Clan.

 

Esto huele a pasta

Hacia el 97 graban el segundo disco «Esto huele a pasta» con Iñaki Uoho y las colaboraciones de Fito Cabrales y Robe de Extremoduro. El disco se vende a DRO (que luego sería absorbida por Warner) junto a un contrato en el que se comprometían a grabar cinco próximos discos que nunca se hicieron. Después de firmar con una multinacional por fin tenían la sensación de empezar a vivir de la música. Tuvieron que ponerse serios con el business y hacer las cosas bien, desde arriba también pedían un mínimo de rigor. Los cimientos que sujetaban todo el proyecto debían mantenerse incólumes. Una responsabilidad y formalidad empezaba a desencajar con la grasa de todos aquellos años de carretera, aún así se dieron pasos en zigzag para forzar un nuevo camino. Hubo una reformulación de la banda quedando Edorta, Txus y Polaco como jefes del asunto. Se despidió a Bringas y a Xabi y entraron Chewis de Los Deltonos y Jonni Control, más tarde se sumarían Miguel Colino al bajo y Tontxu Tabares a la guitarra.

Se follaron Bilbao con la presentación del disco en un Kafe Antzoki a rebosar junto a Fito, Tarque, Uoho, Sara Iñíguez y «Ke no falte», una sección de vientos. Se montó un autobús para la presentación en la Sala El Sol de Madrid, promoción en radios, entrevistas, reseñas, fotos. El zenit de la banda.

 

Auge y caída

Hay un momento en toda subida, en todo viaje, en toda fiesta y en todo concierto que debes disfrutarlo a tope, degustar el instante, presenciar el silencio y abrazar el desgarro. Ese momento en una película en la que todo el público se mueve a cámara lenta mientras tú les miras sobre el escenario, con el sudor resbalando lentamente por la sien y el zoom de la cámara enfocando tus ojos tan abiertos y brillantes.

De alguna manera los Flying no estaban hechos para sujetar aquel rol de artista. Hubo una reflexión interior en cada miembro de la banda ante la tarea de tener que estar viajando para presentar día tras otro las mismas canciones, ante las mismas preguntas y de la misma manera. Mucha promoción y poco tiempo para agarrarle las patas al rockandroll y aquel mojón poco a poco se escapó volando: «Nos tocaba ir a hacer promo a Barcelona, a Madrid, nos llevaban en Business Class, a hoteles de puta madre. Me empezó a dar un poco de vértigo toda aquella parafernalia. Todavía sigo pensando qué es lo que pasó ahí. Nos empezamos a preguntar si nosotros queríamos ser verdaderamente `artistas´, famosos o vivir del rockandroll. Una parte de nosotros claro que quería pero cuando me di cuenta, y hablo de mí personalmente, de lo que suponía y todo lo que había que hacer para sostener una banda der rock comercialmente y cumplir las expectativas de una compañía de discos, yo me empecé a sentir muy incómodo. Desde las ocho de la mañana hacíamos promo en una radio y terminábamos a las doce de la noche diciendo lo mismo como un papagayo, porque al final puedes ser más o menos espontáneo pero las preguntas son siempre las mismas. Dejó de ser una fiesta».

«Al final a Polaco le ofrecieron trabajar con Extremoduro o con Platero y todo empezó a dejar de tener sentido y amigablemente nos separamos, hemos seguido siendo amigos siempre. Se consiguió la más difícil que era un contrato con una compañía que tenía pasta. Quizás fue un error pero yo no me arrepiento porque después he vivido cosas que tenían que ver más con mi sentir que si hubiera seguido en esa misma rueda».

Tras la puerta de atrás del Rockandroll

Txus Alday se reformuló en la maravillosa banda Hash y Edorta nos cuenta que sucedió en su vida después de los Flying: «Después de los Flying mantuve un garito, trabajé coordinando giras con Extremoduro, Polaco con Fito… Ahí profundicé más en los que es el negocio del rockandroll y me acabó por dejar de gustar del todo, no tengo ese espíritu comercial aunque siempre me he dedicado a mi propio negocio.

Cuando decido que se acabó la hostelería, se acabó no creo que nuca volveré, se acabó el management y ese mundo queda cerrado, ahora acabo de vender un negocio que me ha apasionado porque me tiré ocho años viviendo en un velero, fue una experiencia maravillosa, trabajaba tres o cuatro meses y el resto del año podía vivir tranquilamente. Luego vine a Bizkaia de nuevo donde conocí a la mujer con la que convivo y he vivido feliz aquí estos años. Son muchos años de pensar en negocios de distintos tipos y el cuerpo me ha dicho: `parate Edorta´».

La puta vida son obstáculos que intentas driblar, con otros te llevas la hostia sin remedio y no queda más que hacerse fuerte, sumarle música al dolor y de nuevo avanzar, coger fuerza y, como Edorta, con el impulso agarrarse al pié del micro para volver a cantar y es que a veces tú cuerpo sabe más «el hasta dónde» que tu propia conciencia, a veces repetimos rutinas que no están alineadas con nuestra naturaleza real y acabamos cayendo en nuestra propia red. Edorta sufrió un cáncer que le afectó a la lengua y cuando lo superó se dijo «bendito cáncer, voy a aprovechar lo que me quede, tengo canciones y una buena banda y por fin puedo cantar».

Edorta amarró su barco para emprender otro camino, empezar de nuevo de otra manera y tras la niebla, estaban los Flying Rebollos.

 

El retorno de los Flying Rebollos

De nuevo entre bares y conciertos se encontró con Mongol, bajista de Platero, y ambos, cansados de juntarse solo cuando algún amigo fallecía, pensaron que era el momento para volver a juntar a la banda para, ahora sí, hacer algo grande de nuevo.

«Llamé a los Flying para ver qué respuesta había porque en otras ocasiones nos habíamos juntado para conmemorar los 25 años y en otras tres ocasiones de manera testimonial pero esta vez la respuesta fue muy diferente. Nos metimos en el local y empezó una vibración de la hostia, dijimos: esto marcha. Empezó a haber como una sensación de que ahora sí que tenía sentido, no por mi enfermedad ni nada, supongo que por muchas cosas o porque en otras ocasiones pues simplemente no era el momento y ahora sí lo era».

«Y aquellos hijoputas amigos» que llevaban todo este tiempo esperando volvieron a encender los recuerdos que solo surgen cuando uno canta sin aliento los estribillos de canciones buenas del pasado. La banda suma decibelios sobre aquel silencio a cámara lenta en aquel zenit de aquel año. Aquella cumbre ya es parte de otra subida a un punto más alto, un escalón hacia montañas más altas que podremos subir, momentos culminantes que están por llegar.

«Han pasado muchos años, cada uno ha tenido su deriva personal y es diferente pero la intensidad de público ha sido igual, tan nítida o más, en los dos bolos que hemos hecho, uno en el bar de Grabasonic, nuestra sala de ensayo para alrededor de 50 personas que fue una sudada maravillosa y fue de la hostia, pero lo que sentí después en el Txiberri de Urduliz creo que nunca lo había sentido y eso que en tiempos pretéritos habíamos tenido noches grandiosas pero escuchar cantar las letras a toda la gente me sorprendió, había ochocientas personas botando en todo el recinto, sinceramente, era una vibración de buen rollo, indescriptible, miraba a todos, a la banda y alrededor y todos estaban con cara de estar felices, fue un momentazo». «La acogida y el amor a este proyecto desde el público al escenario y desde el escenario al público, sería de locos no seguir y nos planteamos entonces preparar la vuelta nosotros mismos». Cuando Edorta habla sobre preparar la vuelta se refiere a un retorno total, a prender de nuevo las luces de la furgoneta, volver a la sala de ensayo, grabar y lo que venga. Pero para inaugurar su vuelta comienzan con el concierto del pasado 27 de septiembre el Puerta Caeli de Valladolid y uno más grande con invitados ilustres en la sala Santana 27 en Bilbao el próximo sábado 5 de octubre.

«Somos de Bilbo, joder así que pensamos en el Antzoki pero luego nos dijeron que sonaríamos bien en la Santana estamos preparando algo bonito. Algunos nos dicen `Joder, 25 pavos, es carísima´ pero vamos a gastar un pastón en llevar una sección de vientos, en grabar el bolo y en ofrecer todo lo que podamos desde nuestro mal o buen hacer. Estos quizás tienen los dedos más calientes: Txus Alday con Tacoma, Gorka con Bringas, su banda, Xabi también haciendo sus cosas y Koki a la batería con Los Brazos a tope…».

Le pregunto por la lista de posibles invitados y me comenta que todo está en el aire, solo puede confirmar a Iñaki Setién y a Polaco, hay otros posibles pero hasta el último momento no hay forma de saberlo. Será, como él dice, «un concierto de Los Flying Rebollos y una celebración de que volvemos, una fiesta para anunciar que aquí estamos de vuelta.

No puedo contenerme y antes de despedirme. Edorta, qué ocurrirá cuando te bajes del escenario en el concierto de Bilbao y me dice: «será un punto de clave para nuestro posterior camino, empezaremos a trabajar en canciones nuevas que tenemos por ahí, no tiene sentido meternos de lleno en los Flying si no nos ponemos a hacer nuevos temas y estamos con esas ganas , sería lo suyo hacer un disco nuevo sin presión ni expectativas. Todo se acaba con estos dos bolos pero todo empieza también después para Flying Rebollos».

 

Todo acaba y todo empieza, como este escrito en el que Edorta nos contó cómo fue y cómo todo acabó para después de 25 años hacer crecer de nuevo esta historia. A partir de hoy podremos decir que el final no fue aquél, seguiremos escribiendo. Siento la vibración, el retumbe de capas y capas de vida debajo todas estas historias cantadas. Cada respuesta encauza un nuevo caudal con decenas de meandros de una margen a otra. En mi cabeza, más preguntas que piedras en el fondo de la ría, y aún más cuestiones con cada nueva respuesta de vuelta.

He entrevistado a artistas de Liverpool, Montreal, Donostia, Granada o Madrid pero en lo más hondo de un abismo musical un renacuajo toca al txistu las canciones de los Flying y me recuerda que siempre quise entrevistar a la banda más grande de mi pueblo.

 

Texto: Sendoa Bilbao

 

 

 

 

 

 

 

 

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